lunes, 13 de mayo de 2013

"LA MORAL QUIJOTESCA DE DON MIGUEL DE UNAMUNO"






LA MORAL QUIJOTESCA DE UNAMUNO EN “DEL SENTIMIENTO TRÁGIDO DE LA VIDA”

Raúl Francisco Sebastián Solanes[i]

Universidad de Valencia



1. TRAS EL INTERÉS QUIJOTESCO DE UNAMUNO.



El espíritu quijotesco que caracteriza todo el pensamiento de Miguel de Unamuno, puede apreciarse desde el principio mismo del capítulo XI de su obra Del sentimiento trágico de la vida, en donde el rector de Salamanca no duda en retratar la singularidad de su pensamiento y estilo literario, salpicado con un profundo trasfondo filosófico, con las siguientes palabras[ii]:



“Este hombre no se decide, vacila, ahora parece afirmar una cosa y luego la contraria: esta lleno de contradicciones, no se le puede encasillar ¿Qué es?”



Resulta curioso como Unamuno tiene muy asumido su personalidad, vacilante, caótica, contradictoria y atípica que le aproxima a la figura del antihéroe, representada en la cultura española por el personaje de Don Quijote de la Mancha, singular creación del manco de Lepanto, cuya recompensa fue la eternidad que conceden las letras y que Unamuno persigue con avidez a lo largo de toda su proyección filosófica como puede verse a lo largo del presente capítulo.

En la anterior cita llama la atención que Unamuno no se pregunte por ¿quién es?, sino ¿qué es? Aunque se define así mismo como un hombre de contradicción y de pelea, al estilo de quien quiere ser hombre, pues como se dice en el libro de Job[iii]:



“el hombre en la tierra cumple un servicio, vida de mercenario es su vida, como esclavo suspira por la sombra”



Actitud muy parecida a la que también adopta Ortega y Gasset en su ensayo titulado Meditaciones del Quijote en donde Ortega, recupera a propósito de la condición de lucha que tiene el ser humano, una cita de Goethe que justifica como en realidad somos héroes que combatimos siempre por algo lejano[iv]:



“Yo un luchador he sido

Y esto quiere decir que he sido un hombre”



Pero sobre todo en Unamuno, se impone el estilo de quien quiere ganar la eternidad a base de una lucha quijotesca con su ineludible destino, es decir, al modo de antihéroe, de alguien que fuera de los parámetros convencionales persigue la única forma de eternidad que es la dada por Dios, pero que se consigue gracias a los hombres.

El interés de Unamuno por la figura del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, está muy arraigada en el pensamiento de Unamuno que se dejó fascinar desde muy temprano, por el ingente potencial que tenía este personaje, cumbre de la literatura española, en quién Unamuno ve la clave de la filosofía española, la “clave de nuestro destino” como individuos y como pueblo[v].

En efecto, podemos rastrear el interés de Unamuno por Don Quijote, remontándonos a varios artículos que publicó en un breve período de tiempo que son: ¡Muera Don Quijote! (15-IV-1898), ¡Viva Alonso el Bueno! (1-VII-1898) y  Más sobre don Quijote (6-VI-1898).

En dichos artículos, puede rastrearse el interés de Unamuno por la figura del Quijote, aunque como podemos comprobar, dicho interés no es del todo positivo. En efecto, más bien el rector de Salamanca está pidiendo la “muerte” de Don Quijote. Sin embargo, esta hostilidad inicial hacia la figura del antihéroe, se irá trasformando en el pensamiento de Unamuno y se convertirá en un referente para entender la singularidad de su manera de pensar, de su manera de ver la vida y sobre todo de su forma de desear la inmortalidad.

Algunos estudiosos de la obra del rector de Salamanca, como es Grady Seda Rodríguez en su monografía Unamuno critic of Cervantes, establece tres etapas de la producción quijotesca de Unamuno: la primera desde 1884 a 1905, la segunda en 1905, donde se encuadra su libro Vida de don Quijote y Sancho, y una tercera que va de 1906 a 1936.

Esto justificaría por que hablo de una moral quijotesca en Unamuno, ya que como veremos, nuestro insigne pensador verá en la figura de Don Quijote y no en la de Kant, las ansias irrefrenables de inmortalidad y de ver resucitar a un Dios sepultado, cuyo sepulcro viene siendo ocupado por quienes no deben y que una vez resucitado puede darnos la tan ansiada y necesaria inmortalidad, eternidad.

Aunque no debemos olvidar que la presente obra (Del sentimiento trágico de la vida) se encuentra en un ciclo de obras posteriores a la Vida de don Quijote y Sancho, como son El sepulcro de Don Quijote, La bienaventuranza de Don Quijote, Del Sentimiento trágico de la vida y El Cristo de Velázquez[vi].  En donde podemos apreciar la fascinación que causa la figura del ingeniosos hidalgo en el rector de Salamanca, como puede apreciarse en el capítulo XI, que intentó exponer.



2. LA PERSONALIDAD QUIJOTESCA DE UNAMUNO EN Del sentimiento trágico de la vida.



Como decía, el interés por la figura y personalidad del Quijote se hacen evidente desde el principio de este capítulo en donde Unamuno ya advierte de lo difícil que le resulta a sus lectores clasificar su peculiar forma de pensamiento, además de su inclasificable personalidad, ya que conlleva contradicciones que por muy quijotescas que parezcan, es lo único verdadero que posee y que quiere conservar mediante la eternidad. Siendo precisamente esta contradicción intima, lo que unifica su vida y le da razón práctica de ser[vii].

Encontramos una crítica a la forma convencional de entender moral, a la forma de ver las doctrinas éticas como una justificación racional a posteriori de nuestra conducta. Para Unamuno, la moral no es la que hace al hombre sino que es el hombre quien hace la moral, por esta razón lo que puede parecernos móviles de nuestra conducta, no son más que pretextos, pues lo que a unos les conduce a cuidarse a otros les avoca al suicidio[viii].

Para el rector de Salamanca no se trata de la moral, sino de mi moral, de la moral del “yo” íntimo y cordial que hace necesario que la conducta, es decir, “mi conducta”, sea la mejor prueba, la prueba moral de mi anhelo supremo[ix].

Pero decir “mi conducta”, no es para Unamuno acudir a algo fatigoso e inseguro, sino todo lo contrario es apasionadamente bueno, auténtico e intransferible, que parte de mi ser más intimo y cordial[x]. Por eso es la virtud la que hace al dogma y por eso es la fe la que hace al mártir y no a la inversa. Somos nosotros quienes desde nuestra autenticidad cordial, hacemos “mi conducta”. Ya lo había dicho en Vida de don Quijote y Sancho[xi]:



“Cumple afirmar aquí una vez más que son los mártires los que hacen la fe más bien que la fe a los mártires”



Tenemos que buscar esa verdad cordial y antirracional que es[xii]:



“La inmortalidad del alma humana, la de la persistencia sin término alguno de nuestra conciencia, la de la finalidad humana del Universo”



Y la prueba moral de esta verdad, la establece Unamuno utilizando la misma formulación que Kant, es decir, a modo de imperativo, pero no categórico, sino cordial y antirracional[xiii]:



“obra de tal modo que merezcas a tu propio juicio y a juicio de los demás la eternidad, que te hagas insustituible, que no merezcas morir”



En efecto, mientras que el filósofo de Königsberg se remitía a una triple formulación del imperativo categórico, que reproduzco a continuación[xiv]:



“obra según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal”

   “obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la

naturaleza”

   “obra como si tu máxima debiera servir al mismo tiempo de ley universal de todos los seres

racionales”



El rector de Salamanca, nos ofrece una nueva forma de entender el imperativo kantiano desde una posibilidad personal, cordial y antirracional que persigue, no la universalidad y necesidad de una norma, sino el ansia y la necesidad de eternidad, de eternizarte entre los hombres y hacerse insustituible para ser recordado por los siglos venideros.

De este modo Unamuno se aleja de las pretensiones de la moral kantiana demasiado preocupada por el deber, universal y necesario y se convierte en el nuevo Don Quijote que persigue un ideal “inalcanzable” pero constitutivamente necesario, que es la eternidad, luchando a modo de Quijote, contra todos aquellos que se quedan en el ideal racional y pesimista de la nada, de la no eternidad.

Por ello, las referencias a la obra de Goethe, Calderón de la barca, que Unamuno pone intencionadamente en el texto con la pretensión de revelarse contra los presupuestos pesimistas que se desprenden de las obras de estos autores y que cortan el ansia y la necesidad de eternidad que busca Unamuno, que buscamos todos. Utilizando la obra de Sénancour para posicionarse contra el pesimismo de los dos primeros.

La alusión a Goethe[xv], pone de relieve la actitud pesimista del autor de Fausto quién por boca del diablo Mefistófeles, uno de los personajes centrales en su obra, dice:



“todo lo que nace merece hundirse”



Pero frente a este pesimismo de Goethe, Unamuno se posiciona afirmando todo lo contrario[xvi]:



“y nosotros afirmamos que todo cuanto nace merece elevarse, eternizarse aunque nada de ello lo consiga. La posición moral es la contraria”.



En efecto, la posición moral de Unamuno, expresada en la expresión “mi conducta”, no puede aceptar el pesimismo de la nada, el pesimismo y conformismo de no poder hacer nada ante el ineludible acontecimiento de la muerte. Unamuno como el Quijote, quiere enfrentarse a los molinos que cree gigantes, aunque no tenga garantías de ganar, él quiere ganar su personal batalla, él quiere eternizarse “aunque nada de ello lo consiga”.

Pero tampoco le sirve la postura de Calderón de la Barca, quien afirma:



“que estoy soñando y que quiero

obrar bien pues no se pierde

el hacer bien aun en sueños”



A lo que a mi entender faltaría añadir la otra estrofa de su Vida es sueño en la que dice[xvii]:



“¿Qué es la vida? Un frenesí

¿Qué es la vida? Una ilusión,

una sombra una ficción,

y el mayor bien es pequeño,

que toda la vida es sueño,

y los sueños, sueños son”



Unamuno, a diferencia de Calderón, no puede tomarse la vida como una ilusión, como una ficción o un sueño, el ansia de Unamuno por la eternidad que se convierte en el fin que persigue “mi conducta”, es algo que reviste toda la seriedad posible. Por eso queda lo de Oberman[xviii]:



“peleemos contra el destino, y aun sin esperanza de victoria; pelemos contra él quijotescamente





En lo referente a Sénancur,  se aprecia una alusión explicita a la carta XC de su obra titulada Obermann, pero el tratamiento hacia este autor es más suave ya que no podemos olvidar que la influencia de Sénancour en Unamuno es decisiva, como queda probado por la cantidad de alusiones que aparecen tanto en la presente obra, como en el prólogo de su nivola Niebla. Ahora bien, aunque la influencia de este autor sea decisiva no es suficiente para Unamuno. En efecto, mientras que Sénancour afirma mediante una sentencia negativa:



“El hombre es perecedero. Puede ser; más perezcamos resistiendo, y si es la nada lo que nos está reservado, no hagamos que esto sea justicia”





En cambio, el rector de Salamanca trasforma la anterior sentencia de Sénancour dándole una carga positiva[xix]:



“Y si es la nada lo que nos está reservado, no hagamos que sea esto justicia”



Se trata de alejarnos de todo tipo de pesimismo, por más que sepamos que es la realidad, se trata de ser un Quijote que lucha contra la realidad cotidiana, que se le impone desde la perspectiva racional y que le dice que no hay forma de eternizarse, que todo esta condenado a la nada. Se trata de en definitiva, de creer y luchar quijotescamente por eternizarse, aunque no halla esperanza.



3. UNA SOLUCIÓN EN FORMA DE MÍSTICA QUIJOTESCA.



En efecto, la solución de Unamuno, no puede ser el conformismo ante el pesimismo de aquellos que ven la existencia como condenada a desaparecer. Tampoco se conforma el rector de Salamanca plantando cara al problema, sabiendo que pese a sus reiterados esfuerzos acabará sucumbiendo. Unamuno está persuadido de su afán de eternidad y que sólo puede encontrar en un Dios humano, que es el único posible[xx].

Se trata de un Dios humano que no rechaza ni al que lo niega con la cabeza, ni al que lo niega con el corazón: el impío. Sólo un Dios humano puede perdonar al que le niega de corazón, pues ya tiene bastante desgracia negando a Dios de corazón, como para tener una condenación eterna. Aunque el propio Dios no se librará de los reproches de Unamuno, que le reclama explicaciones antes su “aparente” silencio, ante su “aparente” ausencia que siembra con mayores incertidumbres la existencia del hombre en la tierra.

Se trata de un Dios “humano demasiado humano”, por utilizar la expresión de Nietszche, que como padre sabe comprender y perdonar nuestras imperfecciones. Pues frente al mandato evangélico de ser perfectos como lo es el Padre Celestial, Unamuno propone lo inverso, convertir la imperfección en la perfección absoluta e infinita para decir al Padre[xxi]:



“Padre no puedo, ayuda a mi impotencia”



Ello se debe a que la condición humana es imperfecta y la perfección infinita del Padre nos es inasequible,[xxii] por esta razón, antes de combatir con nuestras imperfecciones, el rector de Salamanca propone más bien elevarlas y entronizarlas, sin caer en el conformismo sino más bien en la militancia, aspirando a lo imposible.

No se trata de estar en letargo, pues la caridad no es brezar y adormecer, se trata de despertar a la gente en la zozobra y el espíritu, pues despertarle es mucho más misericordioso que enterrarle después de muerto.

Este “remedio del dolor” que propone Unamuno, es el choque de la conciencia en la inconsciencia, pero sin hundirse en ésta, elevándose a aquella a través del sufrimiento, pues[xxiii]:



“lo malo del dolor se cura con más dolor, con más alto dolor”





No se trata de darse opio, como él mismo propone en San Manuel bueno mártir, sino poner sangre y sal en la herida del alma para estar atentos y seguir siendo, pues sólo sintiendo el dolor se sabe que continúas existiendo y “hay que ser”.[xxiv]

Pero para eternizarse, el hombre tiene que abrirse a los demás ya que:



“cuanto más soy de mí mismo, y cuanto soy más yo mismo, más soy de los demás; de la plenitud de mi mismo me vierto a mis hermanos, y al verterme a ellos, ellos entran en mí”



En efecto, no se trata del aislamiento, sino de una apertura hacia los demás que es la que en última instancia puede garantizar la ansiada eternidad que se entiende como una continuación más o menos depurada de esta vida. Frente a los que sostienen que el aislamiento con Dios es la única forma de salvarse y redimirse, el rector de Salamanca propone una redención colectiva pues si la culpa es colectiva también debe de serlo la redención y la propia religión[xxv]:



“Lo religioso es la determinación de totalidad y todo lo que está fuera de esto es engaño de los sentidos”



Ahora bien, se trata de militar, de estar activos y no contemplativos, pues si esperamos que lo haga todo Dios y nos cruzamos de brazos, entonces Dios se echará a dormir[xxvi]. Unamuno piensa que la convicción de nuestra perduración brota del concepto de actividad, sólo el que este activo lograra la dicha verdadera ya que[xxvii]:



“la ociosidad contemplativa no es dicha”



Pero ante todo, lo importante es mantener la libertad como hace el mismo don Quijote, que cansado de la vida monótona que lleva decide salir de su aldea y aventurarse persiguiendo un ideal que cree verdadero, sin miedo a enfrentarse a la realidad de aquellos que amparándose en racionamientos convencionales, le advierten que lo que persigue es una quimera.

El rector de Salamanca, aparece como el nuevo Don Quijote dispuesto a defender su ansia de libertad, de una libertad interior que nos libra de la ley externa, de la ley que se impone desde el exterior y pretende ahogar nuestro ser interior[xxviii]:



“Era el ansia paulina de libertad, de sacudirse de la ley externa, que era bien dura, y, como decía fray Luís de León, bien cabezuda entonces”



Se trata de enfrentarse a la opinión generalmente aceptada, prescindiendo de los prejuicios colectivos, especialmente de eticistas, que piensan que la moral es ciencia y que no dudaran en tachar la propuesta de Unamuno como mera retórica[xxix].

Para finalizar, Unamuno nos explica por que el “sentimiento trágico de la vida” se entiende como el propio del pueblo español, que se refleja en la conciencia de Unamuno que es española y hecha es España[xxx]. De una España que como ya había sentenciado en Vida de Don Quijote y Sancho, no tendría nada si no descubre el verdadero cristianismo, que es el quijotesco[xxxi].

Unamuno no puede utilizar la filosofía de Kant, del “solterón de Königsber” por que Kant era un protestante prusiano y España, en done se forja la conciencia del rector de Salamanca, es fundamentalmente católica.

Por ello, la moral unamuniana no se deja guiar por la figura del sujeto racional kantiano, sino por la figura del antihéroe que representa esa conciencia española que es[xxxii]:



“la figura de Nuestro Señor Don Quijote, el Cristo español en que se cifra y encierra el alma inmortal de este mi pueblo”



No se trata por tanto de la racionalidad kantiana que todo lo ordena desde el imperativo categórico, sino de la locura quijotesca exenta de la lógica científica y racional, propia de la conciencia española.





NOTAS A PÍE DE PÁGINA




[i] Becario de Investigación FPU (AP2006-03982) por el Ministerio de Educación y Ciencia. Departamento de Filosofía del Derecho, Moral y Política. Universidad de Valencia. España.
Este trabajo se inscribe dentro del proyecto de investigación con referencia FFI2008-06133/FISO financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación.

[ii] Unamuno, M. Del sentimiento trágico de la vida. Madrid. Austral. 1971.Pág. 193

[iii] Jb. 7,1.

[iv] Ortega y Gasset, J. “Meditaciones del Quijote”. En Obras completas. Madrid. Alianza Editorial. 1983. Pág. 319.

[v] Navarro, A. “Introducción”, en Unamuno, M. Vida de Don Quijote y Sancho. Madrid. Cátedra. 2005. Pág. 91.

[vi] Navarro, A. “Introducción”. Pág. 76.

[vii] Unamuno, M. Del sentimiento trágico de la vida. Pág. 193.

[viii] Ibíd. Pág. 194.

[ix] Ibíd. Pág. 195.

[x] Recordemos como nos aclara Adela Cortina, que el termino cor-cordis en latín, significa entraña, en sentido de lo más intimo y constitutivo de un ser vivo. Cortina, A. Ética de la razón cordial.

[xi] Unamuno, M. Vida de Don Quijote y Sancho. Pág. 304.

[xii] Unamuno, M. Del sentimiento trágico de la vida. Pág. 195.

[xiii] Ibíd. Pág. 195

[xiv] Kant, I. (Tr de M. García Morente). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Madrid. Real Sociedad Matritense de Amigos del País, pp. 55 y 

[xv] Unamuno, M. Del sentimiento trágico de la vida. Pág. 196.

[xvi] Ibíd. Pág. 196.

[xvii] Calderón de la Barca, P. La vida es sueño. Madrid. Cátedra. 2008. V. 2182. Pág. 161.

[xviii] Unamuno, M. Del sentimiento trágico de la vida. Pág. 199.

[xix] Ibíd. Pág. 195.

[xx] Ibíd. Pág. 197.

[xxi] Ibíd. Pág. 208.

[xxii] Paradójicamente, Unamuno dice lo contrario en su nivola San Manuel bueno mártir,  en donde llega a decir por boca del propio don Manuel su protagonista principal, que lo bueno es tener al pueblo dormido. Enfrentándose al lema de Marx, de que “la religión es el opio del pueblo”, don Manuel llegará a afirmar: “pues démosle opio”.

[xxiii] Ibíd. Pág. 209.

[xxiv] Unamuno, M. Del sentimiento trágico de la vida. Pág. 209.

[xxv] Ibíd. Pág. 211

[xxvi] Ibíd. Pág. 211

[xxvii] Ibíd. Pág. 212.

[xxviii] Ibíd. Pág. 213.

[xxix] Ibíd. Pág. 215.

[xxx]Ibíd. Pág. 217.

[xxxi] Unamuno, M. Vida de Don Quijote y Sancho. Pág. 307.


[xxxii] Unamuno, M. Del sentimiento trágico de la vida. Pág. 217.










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