LA MORAL QUIJOTESCA DE UNAMUNO EN “DEL SENTIMIENTO TRÁGIDO DE LA VIDA”
Raúl Francisco
Sebastián Solanes[i]
Universidad de Valencia
1. TRAS EL
INTERÉS QUIJOTESCO DE UNAMUNO.
El espíritu
quijotesco que caracteriza todo el pensamiento de Miguel de Unamuno, puede
apreciarse desde el principio mismo del capítulo XI de su obra Del sentimiento trágico de la vida, en donde el rector de Salamanca no duda
en retratar la singularidad de su pensamiento y estilo literario, salpicado con
un profundo trasfondo filosófico, con las siguientes palabras[ii]:
“Este hombre no se decide, vacila, ahora parece
afirmar una cosa y luego la contraria: esta lleno de contradicciones, no se le
puede encasillar ¿Qué es?”
Resulta
curioso como Unamuno tiene muy asumido su personalidad, vacilante, caótica,
contradictoria y atípica que le aproxima a la figura del antihéroe,
representada en la cultura española por el personaje de Don Quijote de la Mancha, singular creación
del manco de Lepanto, cuya recompensa fue la eternidad que conceden las letras
y que Unamuno persigue con avidez a lo largo de toda su proyección filosófica
como puede verse a lo largo del presente capítulo.
En la
anterior cita llama la atención que Unamuno no se pregunte por ¿quién es?, sino
¿qué es? Aunque se define así mismo como un hombre de contradicción y de pelea,
al estilo de quien quiere ser hombre, pues como se dice en el libro de Job[iii]:
“el hombre en la tierra cumple un servicio, vida de
mercenario es su vida, como esclavo suspira por la sombra”
Actitud muy
parecida a la que también adopta Ortega y Gasset en su ensayo titulado Meditaciones del Quijote en donde Ortega,
recupera a propósito de la condición de lucha que tiene el ser humano, una cita
de Goethe que justifica como en realidad somos héroes que combatimos siempre
por algo lejano[iv]:
“Yo un luchador he sido
Y esto quiere decir que he sido un hombre”
Pero sobre todo
en Unamuno, se impone el estilo de quien quiere ganar la eternidad a base de
una lucha quijotesca con su ineludible destino, es decir, al modo de antihéroe,
de alguien que fuera de los parámetros convencionales persigue la única forma
de eternidad que es la dada por Dios, pero que se consigue gracias a los
hombres.
El interés de
Unamuno por la figura del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, está muy arraigada
en el pensamiento de Unamuno que se dejó fascinar desde muy temprano, por el
ingente potencial que tenía este personaje, cumbre de la literatura española,
en quién Unamuno ve la clave de la filosofía española, la “clave de nuestro
destino” como individuos y como pueblo[v].
En efecto,
podemos rastrear el interés de Unamuno por Don Quijote, remontándonos a varios artículos
que publicó en un breve período de tiempo que son: ¡Muera Don Quijote! (15-IV-1898),
¡Viva Alonso el Bueno! (1-VII-1898) y
Más sobre don Quijote (6-VI-1898).
En dichos
artículos, puede rastrearse el interés de Unamuno por la figura del Quijote,
aunque como podemos comprobar, dicho interés no es del todo positivo. En
efecto, más bien el rector de Salamanca está pidiendo la “muerte” de Don
Quijote. Sin embargo, esta hostilidad inicial hacia la figura del antihéroe, se
irá trasformando en el pensamiento de Unamuno y se convertirá en un referente
para entender la singularidad de su manera de pensar, de su manera de ver la
vida y sobre todo de su forma de desear la inmortalidad.
Algunos
estudiosos de la obra del rector de Salamanca, como es Grady Seda Rodríguez en
su monografía Unamuno critic of Cervantes,
establece tres etapas de la producción quijotesca de Unamuno: la primera desde 1884 a 1905, la segunda en
1905, donde se encuadra su libro Vida de
don Quijote y Sancho, y una tercera que va de 1906 a 1936.
Esto
justificaría por que hablo de una moral quijotesca en Unamuno, ya que como
veremos, nuestro insigne pensador verá en la figura de Don Quijote y no en la
de Kant, las ansias irrefrenables de inmortalidad y de ver resucitar a un Dios
sepultado, cuyo sepulcro viene siendo ocupado por quienes no deben y que una
vez resucitado puede darnos la tan ansiada y necesaria inmortalidad, eternidad.
Aunque no
debemos olvidar que la presente obra (Del
sentimiento trágico de la vida) se encuentra en un ciclo de obras posteriores
a la Vida de don
Quijote y Sancho, como son El
sepulcro de Don Quijote, La
bienaventuranza de Don Quijote, Del
Sentimiento trágico de la vida y El
Cristo de Velázquez[vi].
En donde podemos apreciar la
fascinación que causa la figura del ingeniosos hidalgo en el rector de
Salamanca, como puede apreciarse en el capítulo XI, que intentó exponer.
2. LA
PERSONALIDAD QUIJOTESCA DE UNAMUNO EN Del
sentimiento trágico de la vida.
Como decía,
el interés por la figura y personalidad del Quijote se hacen evidente desde el
principio de este capítulo en donde Unamuno ya advierte de lo difícil que le
resulta a sus lectores clasificar su peculiar forma de pensamiento, además de
su inclasificable personalidad, ya que conlleva contradicciones que por muy
quijotescas que parezcan, es lo único verdadero que posee y que quiere
conservar mediante la eternidad. Siendo precisamente esta contradicción intima,
lo que unifica su vida y le da razón práctica de ser[vii].
Encontramos
una crítica a la forma convencional de entender moral, a la forma de ver las
doctrinas éticas como una justificación racional a posteriori de nuestra
conducta. Para Unamuno, la moral no es la que hace al hombre sino que es el
hombre quien hace la moral, por esta razón lo que puede parecernos móviles de
nuestra conducta, no son más que pretextos, pues lo que a unos les conduce a
cuidarse a otros les avoca al suicidio[viii].
Para el rector
de Salamanca no se trata de la moral, sino de mi moral, de la moral del “yo”
íntimo y cordial que hace necesario que la conducta, es decir, “mi conducta”,
sea la mejor prueba, la prueba moral de mi anhelo supremo[ix].
Pero decir
“mi conducta”, no es para Unamuno acudir a algo fatigoso e inseguro, sino todo
lo contrario es apasionadamente bueno, auténtico e intransferible, que parte de
mi ser más intimo y cordial[x]. Por
eso es la virtud la que hace al dogma y por eso es la fe la que hace al mártir
y no a la inversa. Somos nosotros quienes desde nuestra autenticidad cordial, hacemos
“mi conducta”. Ya lo había dicho en Vida
de don Quijote y Sancho[xi]:
“Cumple afirmar aquí una vez más que son los mártires
los que hacen la fe más bien que la fe a los mártires”
Tenemos que
buscar esa verdad cordial y antirracional que es[xii]:
“La inmortalidad del alma humana, la de la
persistencia sin término alguno de nuestra conciencia, la de la finalidad
humana del Universo”
Y la prueba
moral de esta verdad, la establece Unamuno utilizando la misma formulación que
Kant, es decir, a modo de imperativo, pero no categórico, sino cordial y antirracional[xiii]:
“obra de tal modo que merezcas a tu propio juicio y a
juicio de los demás la eternidad, que te hagas insustituible, que no merezcas
morir”
En efecto,
mientras que el filósofo de Königsberg se remitía a una triple formulación del
imperativo categórico, que reproduzco a continuación[xiv]:
“obra según una máxima tal que puedas querer al mismo
tiempo que se torne en ley universal”
“obra como si la máxima de tu acción debiera
tornarse, por tu voluntad, ley universal de la
naturaleza”
“obra como si tu máxima debiera servir al
mismo tiempo de ley universal de todos los seres
racionales”
El rector de
Salamanca, nos ofrece una nueva forma de entender el imperativo kantiano desde
una posibilidad personal, cordial y antirracional que persigue, no la
universalidad y necesidad de una norma, sino el ansia y la necesidad de
eternidad, de eternizarte entre los hombres y hacerse insustituible para ser
recordado por los siglos venideros.
De este modo
Unamuno se aleja de las pretensiones de la moral kantiana demasiado preocupada
por el deber, universal y necesario y se convierte en el nuevo Don Quijote que
persigue un ideal “inalcanzable” pero constitutivamente necesario, que es la
eternidad, luchando a modo de Quijote, contra todos aquellos que se quedan en
el ideal racional y pesimista de la nada, de la no eternidad.
Por ello, las
referencias a la obra de Goethe, Calderón de la barca, que Unamuno pone
intencionadamente en el texto con la pretensión de revelarse contra los
presupuestos pesimistas que se desprenden de las obras de estos autores y que
cortan el ansia y la necesidad de eternidad que busca Unamuno, que buscamos
todos. Utilizando la obra de Sénancour para posicionarse contra el pesimismo de
los dos primeros.
La alusión a
Goethe[xv],
pone de relieve la actitud pesimista del autor de Fausto quién por boca del diablo Mefistófeles, uno de los
personajes centrales en su obra, dice:
“todo lo que nace merece hundirse”
Pero frente a
este pesimismo de Goethe, Unamuno se posiciona afirmando todo lo contrario[xvi]:
“y nosotros afirmamos que todo cuanto nace merece
elevarse, eternizarse aunque nada de ello lo consiga. La posición moral es la
contraria”.
En efecto, la
posición moral de Unamuno, expresada en la expresión “mi conducta”, no puede
aceptar el pesimismo de la nada, el pesimismo y conformismo de no poder hacer
nada ante el ineludible acontecimiento de la muerte. Unamuno como el Quijote, quiere
enfrentarse a los molinos que cree gigantes, aunque no tenga garantías de
ganar, él quiere ganar su personal batalla, él quiere eternizarse “aunque nada
de ello lo consiga”.
Pero tampoco
le sirve la postura de Calderón de la Barca, quien afirma:
“que estoy soñando y que quiero
obrar bien pues no se pierde
el hacer bien aun en sueños”
A lo que a mi
entender faltaría añadir la otra estrofa de su Vida es sueño en la que dice[xvii]:
“¿Qué es la vida? Un frenesí
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra una ficción,
y el mayor bien es pequeño,
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son”
Unamuno, a
diferencia de Calderón, no puede tomarse la vida como una ilusión, como una
ficción o un sueño, el ansia de Unamuno por la eternidad que se convierte en el
fin que persigue “mi conducta”, es algo que reviste toda la seriedad posible.
Por eso queda lo de Oberman[xviii]:
“peleemos contra el destino, y aun sin esperanza de
victoria; pelemos contra él quijotescamente”
En lo
referente a Sénancur, se aprecia una alusión
explicita a la carta XC de su obra titulada Obermann,
pero el tratamiento hacia este autor es más suave ya que no podemos olvidar que
la influencia de Sénancour en Unamuno es decisiva, como queda probado por la
cantidad de alusiones que aparecen tanto en la presente obra, como en el
prólogo de su nivola Niebla. Ahora
bien, aunque la influencia de este autor sea decisiva no es suficiente para
Unamuno. En efecto, mientras que Sénancour afirma mediante una sentencia
negativa:
“El hombre es perecedero. Puede ser; más perezcamos
resistiendo, y si es la nada lo que nos está reservado, no hagamos que esto sea
justicia”
En cambio, el
rector de Salamanca trasforma la anterior sentencia de Sénancour dándole una
carga positiva[xix]:
“Y si es la nada lo que nos está reservado, no hagamos
que sea esto justicia”
Se trata de
alejarnos de todo tipo de pesimismo, por más que sepamos que es la realidad, se
trata de ser un Quijote que lucha contra la realidad cotidiana, que se le
impone desde la perspectiva racional y que le dice que no hay forma de
eternizarse, que todo esta condenado a la nada. Se trata de en definitiva, de creer
y luchar quijotescamente por eternizarse, aunque no halla esperanza.
3. UNA
SOLUCIÓN EN FORMA DE MÍSTICA QUIJOTESCA.
En efecto, la
solución de Unamuno, no puede ser el conformismo ante el pesimismo de aquellos
que ven la existencia como condenada a desaparecer. Tampoco se conforma el
rector de Salamanca plantando cara al problema, sabiendo que pese a sus
reiterados esfuerzos acabará sucumbiendo. Unamuno está persuadido de su afán de
eternidad y que sólo puede encontrar en un Dios humano, que es el único posible[xx].
Se trata de
un Dios humano que no rechaza ni al que lo niega con la cabeza, ni al que lo
niega con el corazón: el impío. Sólo un Dios humano puede perdonar al que le
niega de corazón, pues ya tiene bastante desgracia negando a Dios de corazón,
como para tener una condenación eterna. Aunque el propio Dios no se librará de
los reproches de Unamuno, que le reclama explicaciones antes su “aparente”
silencio, ante su “aparente” ausencia que siembra con mayores incertidumbres la
existencia del hombre en la tierra.
Se trata de
un Dios “humano demasiado humano”, por utilizar la expresión de Nietszche, que
como padre sabe comprender y perdonar nuestras imperfecciones. Pues frente al
mandato evangélico de ser perfectos como lo es el Padre Celestial, Unamuno
propone lo inverso, convertir la imperfección en la perfección absoluta e
infinita para decir al Padre[xxi]:
“Padre no puedo, ayuda a mi impotencia”
Ello se debe
a que la condición humana es imperfecta y la perfección infinita del Padre nos
es inasequible,[xxii] por esta razón, antes de
combatir con nuestras imperfecciones, el rector de Salamanca propone más bien
elevarlas y entronizarlas, sin caer en el conformismo sino más bien en la
militancia, aspirando a lo imposible.
No se trata
de estar en letargo, pues la caridad no es brezar y adormecer, se trata de
despertar a la gente en la zozobra y el espíritu, pues despertarle es mucho más
misericordioso que enterrarle después de muerto.
Este “remedio
del dolor” que propone Unamuno, es el choque de la conciencia en la
inconsciencia, pero sin hundirse en ésta, elevándose a aquella a través del
sufrimiento, pues[xxiii]:
“lo malo del dolor se cura con más dolor, con más alto
dolor”
No se trata
de darse opio, como él mismo propone en San
Manuel bueno mártir, sino poner sangre y sal en la herida del alma para
estar atentos y seguir siendo, pues sólo sintiendo el dolor se sabe que continúas
existiendo y “hay que ser”.[xxiv]
Pero para
eternizarse, el hombre tiene que abrirse a los demás ya que:
“cuanto más soy de mí mismo, y cuanto soy más yo
mismo, más soy de los demás; de la plenitud de mi mismo me vierto a mis
hermanos, y al verterme a ellos, ellos entran en mí”
En efecto, no
se trata del aislamiento, sino de una apertura hacia los demás que es la que en
última instancia puede garantizar la ansiada eternidad que se entiende como una
continuación más o menos depurada de esta vida. Frente a los que sostienen que
el aislamiento con Dios es la única forma de salvarse y redimirse, el rector de
Salamanca propone una redención colectiva pues si la culpa es colectiva también
debe de serlo la redención y la propia religión[xxv]:
“Lo religioso es la determinación de totalidad y todo
lo que está fuera de esto es engaño de los sentidos”
Ahora bien,
se trata de militar, de estar activos y no contemplativos, pues si esperamos
que lo haga todo Dios y nos cruzamos de brazos, entonces Dios se echará a
dormir[xxvi].
Unamuno piensa que la convicción de nuestra perduración brota del concepto de
actividad, sólo el que este activo lograra la dicha verdadera ya que[xxvii]:
“la ociosidad contemplativa no es dicha”
Pero ante todo, lo importante es mantener la libertad como hace el
mismo don Quijote, que cansado de la vida monótona que lleva decide salir de su
aldea y aventurarse persiguiendo un ideal que cree verdadero, sin miedo a
enfrentarse a la realidad de aquellos que amparándose en racionamientos
convencionales, le advierten que lo que persigue es una quimera.
El rector de Salamanca, aparece como el nuevo Don Quijote dispuesto a
defender su ansia de libertad, de una libertad interior que nos libra de la ley
externa, de la ley que se impone desde el exterior y pretende ahogar nuestro
ser interior[xxviii]:
“Era el ansia paulina de
libertad, de sacudirse de la ley externa, que era bien dura, y, como decía fray
Luís de León, bien cabezuda entonces”
Se trata de enfrentarse a la opinión generalmente aceptada,
prescindiendo de los prejuicios colectivos, especialmente de eticistas, que
piensan que la moral es ciencia y que no dudaran en tachar la propuesta de
Unamuno como mera retórica[xxix].
Para finalizar, Unamuno nos explica por que el “sentimiento trágico de
la vida” se entiende como el propio del pueblo español, que se refleja en la
conciencia de Unamuno que es española y hecha es España[xxx]. De
una España que como ya había sentenciado en Vida
de Don Quijote y Sancho, no tendría nada si no descubre el verdadero
cristianismo, que es el quijotesco[xxxi].
Unamuno no puede utilizar la filosofía de Kant, del “solterón de
Königsber” por que Kant era un protestante prusiano y España, en done se forja
la conciencia del rector de Salamanca, es fundamentalmente católica.
Por ello, la moral unamuniana no se deja guiar por la figura del sujeto
racional kantiano, sino por la figura del antihéroe que representa esa
conciencia española que es[xxxii]:
“la figura de Nuestro Señor
Don Quijote, el Cristo español en que se cifra y encierra el alma inmortal de
este mi pueblo”
No se trata
por tanto de la racionalidad kantiana que todo lo ordena desde el imperativo
categórico, sino de la locura quijotesca exenta de la lógica científica y
racional, propia de la conciencia española.
[i] Becario
de Investigación FPU (AP2006-03982) por el Ministerio de Educación y Ciencia.
Departamento de Filosofía del Derecho, Moral y Política. Universidad de
Valencia. España.
Este trabajo se inscribe
dentro del proyecto de investigación con referencia FFI2008-06133/FISO
financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación.
[ii] Unamuno, M. Del sentimiento trágico de la vida.
Madrid. Austral. 1971.Pág. 193
[iii] Jb. 7,1.
[iv] Ortega y Gasset, J.
“Meditaciones del Quijote”. En Obras
completas. Madrid. Alianza Editorial. 1983. Pág. 319.
[v] Navarro, A.
“Introducción”, en Unamuno, M. Vida de
Don Quijote y Sancho. Madrid. Cátedra. 2005. Pág. 91.
[vi] Navarro, A.
“Introducción”. Pág. 76.
[vii] Unamuno, M. Del sentimiento trágico de la vida. Pág.
193.
[viii] Ibíd. Pág. 194.
[ix] Ibíd. Pág. 195.
[x] Recordemos como nos aclara
Adela Cortina, que el termino cor-cordis en latín, significa entraña, en
sentido de lo más intimo y constitutivo de un ser vivo. Cortina, A. Ética de la razón cordial.
[xi] Unamuno, M. Vida de Don Quijote y Sancho. Pág. 304.
[xii] Unamuno, M. Del sentimiento trágico de la vida. Pág.
195.
[xiii] Ibíd. Pág. 195
[xiv] Kant, I. (Tr de M.
García Morente). Fundamentación de la
metafísica de las costumbres. Madrid. Real Sociedad Matritense de Amigos
del País, pp. 55 y
[xv] Unamuno, M. Del sentimiento trágico de la vida. Pág.
196.
[xvi] Ibíd. Pág. 196.
[xvii] Calderón de la Barca,
P. La vida es sueño. Madrid. Cátedra.
2008. V. 2182. Pág. 161.
[xviii] Unamuno, M. Del sentimiento trágico de la vida. Pág.
199.
[xix] Ibíd. Pág. 195.
[xx] Ibíd. Pág. 197.
[xxi] Ibíd. Pág. 208.
[xxii] Paradójicamente,
Unamuno dice lo contrario en su nivola San
Manuel bueno mártir, en donde llega
a decir por boca del propio don Manuel su protagonista principal, que lo bueno
es tener al pueblo dormido. Enfrentándose al lema de Marx, de que “la religión
es el opio del pueblo”, don Manuel llegará a afirmar: “pues démosle opio”.
[xxiii] Ibíd. Pág. 209.
[xxiv] Unamuno, M. Del sentimiento trágico de la vida. Pág.
209.
[xxv] Ibíd. Pág. 211
[xxvi] Ibíd. Pág. 211
[xxvii] Ibíd. Pág. 212.
[xxviii] Ibíd. Pág. 213.
[xxix] Ibíd. Pág. 215.
[xxx]Ibíd. Pág. 217.
[xxxi] Unamuno, M. Vida de Don Quijote y Sancho. Pág. 307.
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