Alejandro
Muñoz-Alonso (Catedrático de la U. Complutense)
Llevo medio siglo cumplido como profesor y catedrático de Universidad. En la pública y en la privada. Por mis aulas han pasado algunos miles de alumnos de todo tipo: algunos muy buenos, muchos buenos, demasiados malos y una excesiva minoría de muy malos. Algunos procedían de las clases más acomodadas de la sociedad, pero la inmensa mayoría venían de la amplia y baqueteada clase media, incluidos sus más humildes sectores. He tenido como alumnos a futuros ministros de la izquierda y de la derecha, futuros grandes empresarios, abogados, escritores, directores de periódico. Algunos de ellos han merecido después una bien ganada notoriedad. Un completo mosaico, en suma, de la heterogénea sociedad española.
He
mantenido con muchos de ellos una relación perdurable y muchos me han mostrado
su confianza para contarme sus problemas, profesionales o incluso personales. En estos tiempos y en tantos casos esas
confidencias versaban, muy a menudo, en torno al paro, esa tragedia que ha
atenazado a tantos y les ha mantenido en un insoportable dique seco.
En ningún caso —y lo escribo con la máxima rotundidad- en ningún
caso, repito, me he encontrado con algún alumno que no haya podido estudiar o
que haya tenido que abandonar sus estudios por razones económicas. En España, y desde hace muchos años, quien
haya querido cursar estudios universitarios y haya estado capacitado para ello
ha podido entrar en la
Universidad.
Lo que sí
recuerdo muy bien es a alumnos que hace algunos años me iban a ver para
preguntarme si en vez del 6 o 6’5 con que les había calificado, no podía
subirle la nota a un 7… porque si no, perdía la beca. Porque las becas había
que ganárselas y nadie entendía que pudiera merecerlas un 5 pelado, en tantos
casos muestra de pura misericordia. Sobre todo en estos tiempos en que ha
bajado tanto el nivel de exigencia de modo que —los profesores lo sabemos-
muchos de los 5 de ahora muy posiblemente habrían sido suspensos con los
baremos de otrora.
La universitaria, no forma parte de la enseñanza obligatoria y exigible. Es un plus que debe conseguirse sobre la base de la vocación, de la capacidad y del esfuerzo. En mis tiempos universitarios leíamos Misión de
Pero todo aquello se ha venido abajo por un mal entendido sentido de la “democratización” de
Cada día ignoran más
cosas. Alumnos de los últimos cursos de la carrera no saben situar en el mapa a
Ucrania, creen que Kazajstán en un pequeña república (2.7000.000 Kms.
cuadrados), no saben quién es Baltasar Gracián o ignoran el siglo en que vivió
y reinó Felipe II. La cotidiana lista de anécdotas sería interminable. Lo que sucede es que en cada curso hay una
minoría excelente, aunque muy reducida, que lee libros (la inmensa mayoría no
lo hace), ha podido viajar, sabe inglés u otro idioma y, sobre todo, practica
el estudio, aquello de “hincar los codos” que nos decían hace décadas. Esa ínfima minoría es la que justificaría
esa solemne estupidez, que tantos repiten, según la cual la presente generación
joven es la mejor preparada de la historia de España. Pero debe quedar claro
que los culpables no son los jóvenes, que no son más que las víctimas de un
sistema que, sencillamente, les ha estafado.
Las leyes socialistas
—hasta ahora no ha habido otras- han sido nefastas y han hecho creer a los
jóvenes que tener un título es “un derecho” que, más o menos, hay que
regalárselo. Pasar una asignatura sin ver un solo libro, ni de texto
ni de consulta, con sólo unos apuntes mal tomados que circulan como “los del
profesor” es una práctica habitual. Y no les pidas un trabajo porque recurrirán
a Internet y lo entregarán sin saber de qué va la cosa. Y puestos a “ampliar derechos”, eso que
gustaba tanto a Zapatero, también se impuso el “derecho” de pasar de curso con
un montón de asignaturas del anterior, en un insigne homenaje a la vagancia y a
la desidia, que ha sido política oficial hasta hace poco. Todo
ello, por mor de la igualdad y de una mal entendida democracia. Además no hay
que traumatizar a ningún alumno con esa cosa tan fea que es un suspenso.
o La guerra al elitismo, propia de la izquierda, ha
sido en realidad una guerra a la excelencia. Y nos ha conducido a una mediocridad
aterradora. Así nos ha ido y así nos hemos quedado.
Y no hablemos de la enseñanza nacionalista porque ahí la estafa
alcanza niveles de escándalo. He visto libros de
historia de Cataluña donde no aparecen los Reyes Católicos y en los que no hay
ni una página que no tenga su correspondiente dosis de patrañas, incompatibles
con los mínimos exigibles, tanto desde el punto de vista educativo como desde
el histórico y, sobre todo, desde el ético.
Lo que no logro entender es la actitud de los rectores —no sé si todos o sólo algunos- con su posición ante la cuestión de la becas y, en general, ante el propósito del ministro Wert de reformar el sistema, al menos en los aspectos más inquietantes. ¿Es que queda alguien todavía que crea que el sistema educativo español no exige perentoriamente una reforma a fondo? Ni una sola de las universidades españolas está entre las primeras doscientas del mundo. ¿No es bochornoso? ¿No sería mejor que esos rectores se preocuparan más por aumentar la calidad de nuestra enseñanza universitaria en vez de dar la lata con la nota exigible para las becas? ¿De qué están orgullosos?
Hay que decirlo de una vez. En España sobran universidades y sobran
universitarios, alumnos y profesores. En oposiciones a profesor o en tesis
doctorales he visto bibliografías donde no aparece ni un solo libro en inglés o
en otro idioma extranjero. Pero en ciertas universidades, sí he visto trabajos
en la lengua co-oficial… ¡Gran afán de divulgar el saber! Seguro que en Harvard
o en Oxford se despepitan por traducir esas notables aportaciones. En Holanda o
en los países escandinavos todos, o casi todos, los trabajos universitarios se
hacen en inglés. Y como me han dicho muchos colegas de por allí, sus lenguas
nacionales son puramente domésticas.
Hace años unos diputados franceses, con los que visitaba un excelente centro de investigación en Barcelona, se sorprendían de que todo, carteles y publicaciones, estaba en catalán… “¿Es que es sólo para ellos?”, preguntaban.
En general y de nuevo, la cantidad se ha impuesto sobre la calidad, los estrictamente “nacional” sobre la universalidad, que es la razón de ser de
Aunque hay en todo ello, seguramente, un fondo de verdad, porque muchos de los alumnos universitarios deberían estar en una digna formación profesional, que en España nunca ha existido de verdad, en buena medida por el mercadeo ideológico de los sindicatos y, a veces, también de las patronales. La idea, desde luego, ha cuajado y los alumnos la han interiorizado y si les pides que lean a Tocqueville (casi ninguno lo sabe escribir bien), siempre habrá algún listo que pregunte: “¿Pero eso me va servir para encontrar trabajo?”.
A lo mejor era un becario al que sólo le había hecho falta un 5
para conseguir su “derecho a beca”.